La lluvia
corre por el piso de piedras
de la
explanada de le escuela de arquitectura
del Instituto
Tecnológico de Monterrey.
El agua corre
bajo las maquetas
sobre
enchufes boca abajo
que con
Eduardo Castillo
tratamos de
enderezar.
Los alumnos explican sus proyectos
de casas y
lugares de trabajo
para jóvenes
discapacitados intelectuales,
que la
fundación Andares prepara,
para llevar
una vida tan plena como puedan.
Sus
necesidades son las mismas,
igual que
todos necesitan
una buena
casa y de un trabajo
en un lugar
como todos esperamos.
El primer
obstáculo para ellos
es aprender a
sentarse,
nos cuentan
las directoras,
aprender a
quedarse quietos,
a detenerse
en algo,
que es lo
primero que uno debe aprender:
porque el
niño, lo que quiere es jugar.
no mirar,
“mucho mirar
y poco jugar”…
dijo mi hijo
Matías después de un viaje
en auto a Chiloé
donde llovía y llovía.
El niño que
hay en nosotros
no quiere
dejarse domesticar,
crecer, ni
ser mayor,
no quiere
madurar,
y hacerse
cargo de su vida
para que
dependa de el,
sino depender
de otros
para poder
disculparse.
El
discapacitado mental,
que todos
somos en alguna medida,
necesita
aprender a ser libre,
y a hacerse
responsable,
porque eso lo
hace mas feliz.
Y, a andar se
aprende andando.
Caminando del
brazo, pero caminando.
Paciencia
dice Andares,
para que cada
uno se tome su tiempo.
Para aprender
a liberarse,
y al mismo
tiempo aceptar un jefe,
que los
dirija en un trabajo útil,
pagado
justamente,
que nos es
pagarles mas si hacen menos,
sino pagarles
lo que hacen…
Aprender a no
dar lástima,
ni querer
recibir la caridad pública,
sino afecto
verdadero
que es aquel
que no se contenta con poco,
pide mas,
espera y sueña,
y se alegra,
pero no así no mas.
Los alumnos
llenos de buenas intenciones,
demasiadas
tal vez,
para un
proyecto tan lúcido y apropiado,
que no se
tira la manta al hombro
para
resolverlo todo de una vez,
apurado y
ligero,
sino
aprendiendo despacio,
a ayudar poco
a poco con paciencia.
Los alumnos
puras buenas intenciones
en si mismas
sin medidas,
sin
proporción con el encargo,
sin evaluar
las decisiones
sin calcular
los costos,
volando
ambiciosos,
bien lejos,
en los primeros vuelos.
En
arquitectura la intención
sin duda esta
primero.
Pero luego se
contrasta con el dibujo
que se
aproxima a la obra,
como un
cazador furtivo
a su presa,
no nunca
directo al grano,
para no
espantar lo que busca,
que se
desconoce y se esconde,
y se le
escurre entre las manos.
Los intentos
son ambiciosos,
pobres los
resultados.
Tendrá que
ser así
para
aprender,
porque a
quien nada espera
nada le
llega.
Porque para
descubrir
algo que
valga la pena,
tal vez, haya
que atreverse a buscar
mas allá de
los límites conocidos,
de los
prejuicios arraigados,
de los
lugares comunes aprendidos.
Tal vez, para
descubrir algo que valga la pena,
haya que
aprender a fracasar contentos,
en la
esperanza de que todo acierto,
esta
constituido de un 99% de fracaso.
Pero quizá,
haya que aprender también
que toda
búsqueda si pretende ser fecunda,
requiere
interiorizarse con lo que se busca,
saber algo
que ayude a reconocerlo,
como uno
aprende a conocer primero
las pisadas,
o las costumbres del animal
o el canto
del pájaro, que quiere ver.
No se puede
descubrir algo
de lo que
nada se conoce,
aunque sea
por nostalgia o por intuición.
Por eso sus
emisarios que no conocían el caballo
le contaban a
Moctezuma,
que los
españoles venían montados en venados.
Tal vez solo
aquellas piedras,
a las que se
les descubre una interioridad,
o sea una
propiedad que nos interna en lo que son,
pueden dar de
si a golpes,
una flecha de
obsidiana,
una máscara
de jade,
o un corazón
de piedra verde de turquesas.
Tal vez
porque solo a golpes bien orientados,
hacia el
descubrimiento de su propia interioridad,
llegan a ser
plenamente lo que son.
German del
Sol
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