La calidad de vida en una ciudad
no depende tanto del urbanismo,
ni de las ordenanzas de construcción,
como de la buena educación de su gente.
Nos guste o nos guste a los chilenos,
queramos reconocerlo o no,
y aunque muchos arquitectos digan lo contrario,
no son sólo la planificación coordinada
y la correcta aplicación de las ordenanzas,
las únicas que hacen que los barrios de una ciudad
sean más amables y tolerantes,
para acoger la diversidad propia de la vida en la ciudad,
sino la urbanidad de sus habitantes:
sino la urbanidad de sus habitantes:
sus ganas y su capacidad para vivir bien con los demás
en una proximidad que amenaza su intimidad.
Y de hacer algo positivo al respecto además de quejarse.
Porque los demás somos mucho más extraños
de lo que imaginan los otros,
y tratar de vivir bien es una gran utopía,
como dice el siquiatra Patricio Olivos.
Es la forma de vida de sus habitantes,
la que hace urbana a una ciudad,
y no su forma ni su densidad.
Hay barrios más altos y más densos
que son menos urbanos que otros
En el trabajo de arquitecto
he
tenido muchas reuniones
para
conocer lo que quiere la gente
en
su barrio o en su pueblo.
Y
casi nunca se dan cuenta
de
que necesitan mucho más que su casa.
¿Un
hotel? no!,
¿un
retén?, tampoco!.
Una
cárcel, jamás!
una
posta, ¿quizá?, pero lejos!,
¿un
colegio?, mucho ruido!,
¿oficinas?, puro movimiento!,
¿un
terreno pelado?, ladrones!.
La
mayoría no sabe que además de casas, calles y plazas,
la
vida en la ciudad requiere de otros espacios
que
los arquitectos tenemos que abrir,
no
desde nuestro narcisismo,
sino
continuando con una tradición
de
vivir en pueblos y ciudades
que
en América del Sur se viene elaborando
desde
hace de más de tres mil años,
por
ejemplo, en la ciudad de Caral, Perú.
Porque
hasta donde yo sé
la condición humana desde entonces no ha cambiado nada.
La
ciudad no es sólo un conjunto de construcciones,
sino
más bien de relaciones de personas desconocidas
que
encuentran que su vida entre extraños es más fecunda.
Y,
aunque la mayoría camine silenciosa,
si
algunos se detienen a conversar,
aparecerán
los cafés, las sillas en la vereda, etc.
Al
revés, si la gente no es amistosa,
no
se detendrá a conversar sólo
porque
haya un café y sillas en la vereda.
La
vida urbana requiere veredas, plazas y parques amplios, continuos,
y
sobretodo abiertos.
Los
moles comercializan esta necesidad
con
más o menos éxito.
Pero,
también algunas municipalidades como Vitacura,
convierten
el espacio público
en
un negocio de carteles publicitarios
o
de estacionamientos pagados,
y
otras en tierra arrasada,
como
las responsables de la destrucción
de
la caja del río Mapocho.
La
calidad de la vida en la ciudad
no
depende tanto de la calidad de sus casas y edificios,
sino
más bien de la capacidad cultural
que
tenemos sus habitantes
de
domar al salvaje egoísta y atropellador
que
todos llevamos dentro.
Por
un bien cultural mayor,
que
hoy se da casi solo la ciudad,
aunque
todos en Chile
decimos
preferir el campo.
Por
eso, las manifestaciones y protestas
aunque
se hacen en lugares supuestamente céntricos
de
la ciudad,
en
realidad se realizan en televisión.
Porque,
el centro de la ciudad ya no existe más.
El
antiguo centro es ahora un museo
que
uno visita como turista
para
conocer cómo era la ciudad anterior.
Para
muestra de lo que digo,
basta
recorrer Santiago sin apuro a las 5 de la mañana
y
darse cuenta de cuán distinto puede ser sin gente,
o
mejor dicho, cuanta diferencia hace su gente.
Germán
del Sol
Junio 2019
Junio 2019
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