lunes, 22 de abril de 2013

La Calidad de Vida en la Ciudad.







La calidad de vida en una ciudad
no depende tanto del urbanismo,
ni de las ordenanzas de construcción,
como de la buena educación de su gente.








Nos guste o nos guste a los chilenos,
queramos reconocerlo o no,
y aunque muchos arquitectos digan lo contrario,
no son sólo la planificación coordinada
y la correcta aplicación de las ordenanzas,
las únicas que hacen que los barrios de una ciudad
sean más amables y tolerantes,
para acoger la diversidad propia de la vida en la ciudad, 
sino la urbanidad de sus habitantes:
sus ganas y su capacidad para vivir bien con los demás
en una proximidad que amenaza su intimidad.
Y de hacer algo positivo al respecto además de quejarse.







Porque los demás somos mucho más extraños
de lo que imaginan los otros,
y tratar de vivir bien es una gran utopía,
como dice el siquiatra Patricio Olivos.










Es la forma de vida de sus habitantes,
la que hace urbana a una ciudad,
y no su forma ni su densidad.
Hay barrios más altos y más densos
que son menos urbanos que otros
más bajos y dispersos.






















En el trabajo de arquitecto
he tenido muchas reuniones
para conocer lo que quiere la gente
en su barrio o en su pueblo.
Y casi nunca se dan cuenta
de que necesitan mucho más que su casa.
¿Un hotel? no!,
¿un retén?, tampoco!.
Una cárcel, jamás!
una posta, ¿quizá?, pero lejos!,
¿un colegio?, mucho ruido!,
¿oficinas?, puro movimiento!,
¿un terreno pelado?, ladrones!.

La mayoría no sabe que además de casas, calles y plazas,
la vida en la ciudad requiere de otros espacios
que los arquitectos tenemos que abrir,
no desde nuestro narcisismo,
sino continuando con una tradición
de vivir en pueblos y ciudades
que en América del Sur se viene elaborando
desde hace de más de tres mil años,
por ejemplo, en la ciudad de Caral, Perú.

Porque hasta donde yo sé 
la condición humana desde entonces no ha cambiado nada.

La ciudad no es sólo un conjunto de construcciones,
sino más bien de relaciones de personas desconocidas
que encuentran que su vida entre extraños es más fecunda.
Y, aunque la mayoría camine silenciosa,
si algunos se detienen a conversar,
aparecerán los cafés, las sillas en la vereda, etc.

Al revés, si la gente no es amistosa,
no se detendrá a conversar sólo
porque haya un café y sillas en la vereda.

La vida urbana requiere veredas, plazas y parques amplios, continuos,
y sobretodo abiertos.
Los moles comercializan esta necesidad
con más o menos éxito.
Pero, también algunas municipalidades como Vitacura,
convierten el espacio público
en un negocio de carteles publicitarios
o de estacionamientos pagados,
y otras en tierra arrasada,
como las responsables de la destrucción
de la caja del río Mapocho.

La calidad de la vida en la ciudad
no depende tanto de la calidad de sus casas y edificios,
sino más bien de la capacidad cultural
que tenemos sus habitantes
de domar al salvaje egoísta y atropellador
que todos llevamos dentro.
Por un bien cultural mayor,
que hoy se da casi solo la ciudad,
aunque todos en Chile
decimos preferir el campo.

Por eso, las manifestaciones y protestas
aunque se hacen en lugares supuestamente céntricos
de la ciudad,
en realidad se realizan en televisión.
Porque, el centro de la ciudad ya no existe más.
El antiguo centro es ahora un museo
que uno visita como turista
para conocer cómo era la ciudad anterior.

Para muestra de lo que digo,
basta recorrer Santiago sin apuro a las 5 de la mañana
y darse cuenta de cuán distinto puede ser sin gente,
o mejor dicho, cuanta diferencia hace su gente.

Germán del Sol
Junio 2019

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