Hernán Suarez "Movimiento"
Queridos amigos y arquitectos,
Les agradezco mucho la invitación.
Sé que es más difícil escuchar que hablar,
y sobre todo encontrar algún aporte
entre las ideas que les voy a contar.
No vengo a hablar de mis obras,
sino de aquello que me enseñaron,
y que me ha servido para hacerlas.
Creo, que me enseñaron a pensar en abstracto
de una manera ordenada,
más que transmitirme las destrezas u oficios,
que aprendí y perfeccioné con la práctica.
A pensar, y también a hacer caso a los sentimientos,
para comprender lo que en cada momento nos pide la vida.
Y para responder a los cambios,
con las certezas relativas de la arquitectura,
como son el plano horizontal de una plaza,
o la línea recta de un muro.
Tal vez, una característica de la condición humana
es que somos enseñados por otros,
que a su vez han sido enseñados por otros.
Pero también, que somos enseñados sin querer.
Cuando uno es joven quiere aprender fácilmente,
porque no se da cuenta
de que uno sólo conoce aquello
que le opone resistencia.
Tal vez, solo pasando bastante calor
se conoce el frescor del agua
de una buena sombra,
pasando hambre y frío, se conoce el sabor del pan
y la protección de un buen abrigo,
sintiendo soledad, uno se conoce a sí mismo,
y descubre si tiene algún amigo.
El amor y la inteligencia, son la resistencia
que la vida pone a la indiferencia.
Tal vez, sólo dibujando y dibujando,
muchas horas sin parar,
probando y probando soluciones favorables
y siempre orientadas a la idea central del proyecto,
sin temor a equivocarse,
pero sin apegarse tampoco a antiguos aciertos,
solo así uno vence la inercia de la hoja en blanco,
y se inicia el camino que es el proyecto.
Todo lo que pasa después son las consecuencias
de empezar errando,
para luego corregir y corregir
hasta lograr reunir las ideas,
en algo mayor que es el todo de un proyecto,
como quien rodea sus vacas
y las lleva hasta el corral.
Quizá, los poetas que he leído,
y que yo digo a mis alumnos que son mis amigos,
me enseñaron a estar abierto a trabajar,
con todo lo bueno que haya disponible.
Sin echar de menos lo que falta.
Y a ver oportunidades, donde otros ven obstáculos.
…“Tomaré agua si me ofrecen agua,
Tomaré vino, si me ofrecen vino”…,
dice el poeta chileno Jorge Teillier.
Tal vez no fue la escuela sino mi abuela,
como le llamo no sólo a mi abuela
sino a lo que me queda rondando,
de lo que dicen las personas que conozco,
los libros que leí,
o la Barcelona en la que viví.
Todas las que me expusieron a la belleza,
de las personas y las cosas tal como son.
Y me mostraron también que si uno las mira con afecto,
las ve no sólo como son, sino también como no son.
La belleza de Barcelona o Nueva York,
aparece en el afecto de sus habitantes.
A mirar se aprende, mirando.
Pero primero alguien tiene que mostrarle
los hecho humanos y las cosas,
con su nombre preciso
que las separa unas de otras y las saca
del conjunto inefable que es la ignorancia.
Mirando los objetos de la cultura material,
las costumbres y los ritos
de casi todos los pueblos que conozco,
aprendí que el hombre y la mujer buscan un más allá,
que trascienda el puro sobrevivir.
Tradición no es sólo cuidar los objetos
y los ritos de nuestros pueblos,
sino cuidar de que el trabajo se haga ahora
con el mismo el fervor de antes.
Tradición es cuidar el espíritu con que están hechas,
y no la pura apariencia de las cosas.
En Chile es tradición hacer mucho con poco
con más ingenio que medios.
Eso diría yo que es el espíritu de la arquitectura
sostenible, verde, o ecológica.
Es nuestra tradición negociar y adaptarse
para sobrevivir a los cambios,
lo que ahora llamaríamos resiliencia,
o no contentarse nunca con el mínimo,
y buscar siempre algo más
que lo indispensable para sobrevivir,
que revele la dignidad de la existencia.
La tradición nos enseña,
que el arte transforma el barro que recibe
en oro que da.
La cultura americana hace soñar por ejemplo,
y aunque uno no llegue nunca a serlo,
con tejedores que siempre aciertan el color de la hilada,
con alfareros que celebran la vida en cada pieza que hacen;
con hortelanos que se distribuyen sin pelear el agua,
con las manos pacientes de artesanos,
con albañiles de paredes arrugadas
que reciben el polvo como un regalo,
o con constructores de penumbras donde la vista descansa,
entre sombras luminosas y vibrantes;
con poner bancos asoleados en el patio para el frío del invierno,
o construir plazas vacías separadas por muros temblorosos de barro,
del resto de las cosas, naturales e inertes.
Un profesor nos dijo una vez, que no hay nada que inventar.
Que en arquitectura todo está inventado.
Tal vez, así aprendimos a no buscar la permanente innovación,
sino a volver atrás a los orígenes tanto como se pueda,
para hacer las cosas de nuevo un poco mejor.
Aprendimos a no ser creadores
sino descubridores de un arte
que está oculto u olvidado,
en la cultura de cada lugar
que se podría llamar el país,
y en su relación con la naturaleza.
Conjunto que llamaría paisaje.
Y que de buenas a primeras no se ve,
porque la buena arquitectura es invisible,
no está en la forma, sino en el contenido,
que sugiere lo que no vemos ni podemos nombrar,
las cosas queridas u olvidadas,
los sueños posibles e imposibles,
las cosas imaginadas o temidas.
Es el lugar al que miramos con esperanza
cuando estamos distraídos o apenados.
Sugerencias que pueden llenar el cubo vacío,
que refleja la existencia actual.
Hacer que allí aparezcan,
el misterio que existe y que no se ve,
las cosas importantes de la vida, por ejemplo,
el silencio no interrumpido,
el canto de pájaros al amanecer,
un ambiente dedicado al trabajo,
a la oración recogida;el frío de una sombra,
los pasos, o la voz,
de las personas que uno quiere...
Después de aprender a maravillarse con estas cosas,
uno puede tratar de hacer lo mismo de nuevo, y de otro modo.
Verá gracia en la forma imprecisa de las construcciones precarias.
Y tal vez, entenderá que todo lo que parece frágil e inconcluso,
esta abierto y llena de potencial para ser fecundado
por lo que la vida trae con el tiempo, y los cambios.
Podríamos haber recibido un mundo urbanizado,
con calles plazas y casas.
Pero el creador dejó su obra inconclusa,
para que los hombres y mujeres la termináramos entre todos.
Para que cultiváramos la tierra,
que es lo más propio de la condición humana.
La arquitectura es cultural porque cultiva,
es decir transforma la naturaleza,
que no tiene un fin en si misma,
como creen algunos fundamentalistas de la ecología,
en un lugar fecundo para vivir.
Paraíso, en griego significa, jardín plantado.
Quizá, la buena arquitectura no requiere que todo sea bueno.
Me enseñaron a darle a cada obra un privilegio.
A jugarme en lo que en cada caso importa más,
y a confiar en que los demás harán el resto.
Aprendí también, que la arquitectura
no debe confundir nunca lo importante con lo urgente:
es urgente hacer casas,
pero lo importante es que para cada uno,
su casa sea un palacio de esperanzas.
La buena arquitectura que no cuesta más dinero,
aporta la belleza que humaniza las cosas,
y despierta en nosotros el más allá invisible
de las esperanzas y los sueños.
Para vivir no se necesita solo un resguardo
de la lluvia, el barro, el frío,
sino también la gracia
que da vida a los materiales y las cosas inertes.
Todos buscamos trascender aunque sea modestamente,
la dura tarea de sobrevivir.
La belleza no es decorativa ni glamorosa,
sino una sintonía o complicidad
que muestra el lado bueno de las personas y las cosas.
La belleza es tan necesaria como el pan para vivir
porque es un destello de la creación
de la que todos somos parte;
nos enseña a vivir mejor la vida,
y conmueve el corazón
del salvaje que todos llevamos dentro.
He contado estas experiencias,para saber si Uds. sienten lo mismo,
porque yo no estoy muy seguro de nada,
y por eso me juego entre luces y sombras,
pero con esperanza,
y mi mejor momento es el alba,
cuando la vida late esperando la luz,
y esta todo por verse,
Muchas gracias,
Y que Dios los bendiga.
Germán del Sol
Arquitecto
27 de Diciembre de 2018