Oleos de Constable.
Margarita
Serrano Pérez me invitó
en 1964
cuando yo tenía 15 años,
a la
Hacienda Los Remolinos,
a
orillas del río Itata,
en la
Estación General Cruz.
Los Remolinos,
era un campo de su padre,
era un campo de su padre,
don Horacio
Serrano Palma,
el
"Taita", un poeta y sabio,
que calaba profundo
como una lanza,
y breve como la ráfaga.
como una lanza,
y breve como la ráfaga.
Era un
verdadero maestro,
-"el maestro", de hoy
es el gasfiter o el electricista-
es el gasfiter o el electricista-
que conocía
la sabiduría del Oriente,
que en los
años 60 era tan seductora
como ahora la inteligencia artificial.
Quiero
compartir contigo,
esta
experiencia de belleza
que atesoro
en mi corazón,
porque
nuestro deber es vivir
como si
nunca fuéramos a morir.
No se trata de vivir felices,
sino
sencillamente de vivir
sin apegos
desordenados
por las
personas y las cosas,
que uno
quiere, desea, o tiene .
Lo más
bonito y permanente
de la visita
a Los Remolinos
además de la
Margarita y su familia,
tal sea aquel lugar irrepetible
-iba a decir
irreductible-
donde el
fruto de los cuidados,
no eran más,
sino menos cosas.
Un lugar, donde la
falta
de las cosas esperadas
de las cosas esperadas
hacía
aparecer los bienes inesperados:
así quizá,
faltaba la luz eléctrica
para que
pudiera haber proximidad,
conversación,
y noches oscuras estrelladas,
para que el
centro de la mesa
fuera la vela titubeante,
y no la certeza de la luz.
fuera la vela titubeante,
y no la certeza de la luz.
Como dice
Jorge Teillier,
“a veces hay
que apagar la luz
para tener
conciencia de la luz.”
A veces hay que perderte Margarita
para tener presente el regalo
que fue tu vida y hacerla nuestra.
que fue tu vida y hacerla nuestra.
Porque como
dice Borges:
"También
es nuestro,
lo que hemos
perdido....
...Sólo es
nuestro,
lo que hemos
perdido".
Y el agua
caliente,
la leche, o
el pan,
todavía
tenían relación con su origen
en el horno
de leña, la vaca parida,
o en el
fuego que el Taita prendía
cada mañana en el patio
debajo de un tambor
debajo de un tambor
para
calentar el agua, y luego el,
y los demás
gritaban a su turno
"me voy
a duchar", para ducharse
afuera, desnudos en el parque..
Esto me
recuerda que una vez
en la casa
de José Cruz,
Alberto
Cruz, nos gritó:
"Encierrense
en el baño,
porque voy a ir al baño
en el jardín"...
en el jardín"...
El campo en
Los Remolinos,
parecía
salvaje, inculto,
un poco
abandonado a su suerte,
porque quizá
el fervor no se enseña tanto
haciendo
producir un campo,
como
haciendo fervorosamente
hasta lo más
sencillo
que nos toca
hacer
para que
adquiera un sentido
en la
existencia.
Dios nos dio
a la Margarita,
y como dice
Isak Dinesen,
después se
acordó, y nos la quitó.
Tal vez
nunca fue nuestra.
La amistad
es un amor sereno,
que
sobrevive sin un beso,
ni una
lagrima,
ni una pluma,
ni una flor.
ni una pluma,
ni una flor.
La amistad
es un amor en potencia.
"Un
fusil que está ahí descargado,
es mucho más
que un fusil,
recién
disparado" dijo alguien...
En los años
60 en el correo de Algarrobo,
recibí una
carta de la Margarita
-el sobre
tenía un membrete con vacas negras
que ponía “Hacienda
Los Remolinos-
con un poema
que decía algo así como,
"Ella
me miró y me dijo:
estoy sola y
se hace tarde,
y ya sé que
no me quieres,
¿No te
parece bastante?
Su voz era como el humo
que en vez
de subir se deshace,
su mirada
una lágrima
que en vez
de mirar, llorase.
Me miró, y
no supe muy bien
que
contestarle,
y me quedó
su lamento,
¿No te
parece bastante?
Desde
entonces vago a veces
por los
caminos del parque,
estoy sola,
no tengo
quien me quiera
y se hace
tarde,
¿No te
parece bastante?
Hasta pronto
Margarita!
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