Queridos amigos,
Sé que es más fácil hablar que escuchar,
y sobre todo compartir algunas ideas.
Les agradezco su paciencia,
y a los organizadores de la Bienal,
Guillermo Hevia, Mathías Klotz, y Ricardo Abuabuad,
por regalarnos un buen trabajo,
y por darme el privilegio de hablarles.
La Bienal es exponer lo que hacemos gratuitamente,
es decir, sin miedo ni premios.
Porque, como dice el poeta argentino Hugo Mujica,
lo que se nos juega ahora no es la supervivencia,
sino el seguir siendo humanos.
Por eso, la gratuidad del arte es más necesaria que nunca.
Hay que seguir haciendo cosas,
por el puro gusto de hacerlas.
Cuenta Herman Hess que un día que no tenía nada que hacer,
se encontró con el cura del pueblo
y lo acompañó a enterrar a una persona que no conocía.
Eso es vivir poéticamente, como bien dice Ernesto Rodríguez.
Es decir, vivir abiertos a recibir el bien de cada día.
El maravilloso cuento “Terremoto en Quechereguas”,
publicado por Arturo Fontaine en La Tercera en abril,
anima a pensar, que aunque no podemos cambiar la realidad,
podemos cambiar lo que hacemos con ella.
Tradición no es usar el sombrero viejo del abuelo,
sino comprarse uno nuevo como hacía él.
No es comer en una mesa antigua, sino comer en la mesa.
No podemos reconstruir los pueblos y ciudades tradicionales de adobe
sin caer en un decorado de teleserie,
pero podemos proyectar y construir pueblos y ciudades nuevas
con el mismo cuidado de antes.
Los antiguos hacían iglesias nuevas,
le dijo un parroquiano a David Gallagher
que escribe mucho sobre innovación,
pero paró la construcción de la Iglesia nueva de Chépica
porque quieren reconstruir la iglesia de adobe que se cayó.
Tal vez, no debiéramos asociar el patrimonio de Chile
con sus pueblos tradicionales de adobe
que finalmente se caen con los terremotos,
sino con el espíritu fervoroso de la gente,
que mantiene la tradición en sus trabajos.
Chile tiene que cuidar que entre tanta obra nueva
hecha con apuro, descuido, e indiferencia,
no se pierdan esos cuidados que son su verdadero Patrimonio.
Para sobrellevar bien el dolor y la destrucción,
hoy más que nunca necesitamos de utopías.
Soñar despiertos con algo que valga la pena,
hacer lo que nos de la gana,
y dejarnos llevar por el arte.
Con el tiempo el arte se convierte en realidad.
Pero es el arte el que la inventa.
En el otoño del Patriarca de García Márquez,
el dictador quiere canonizar a su madre.
Llama al Obispo, el que se niega haciéndole ver
que su madre no es ninguna santa,
pero el dictador decidido le contesta,
"No se preocupe Monseñor, con el tiempo ya lo será."
Si uno observa con interés,
descubre riqueza en todas partes.
El pasado que cuenta está presente todavía.
Pero cada cultura sólo ve del presente lo que cree.
Algunos chilenos celebran doscientos años de historia,
pero el arte Chinchorro que es nuestro tiene nueve mil años,
y está al alcance de todos las personas que lo aprecian.
Nuestras raíces no están en Europa como nos enseñaron,
ni en el aire como dicen otros.
No estamos en la periferia, ni lejos de otra parte.
Un periodista le preguntó a Agatha Christie,
el porqué se construía una casa tan lejos,
“¿de donde?”, le contestó ella.
Nuestra cultura ha sido fecundada por los encuentros.
Entre ellos con Europa,
que les dio a los indígenas aislados en la vastedad del continente
un mundo más amplio y diverso,
y un orden más apropiado para la vida moderna.
Así perdimos la relación con uno de nuestros orígenes.
No se trata de cambiar este olvido por otro.
No estamos separados entre chilenos y pueblos originarios.
Somos una mezcla fecunda de todos.
La celebración del Bicentenario ofende a algunos,
porque desconoce una parte fundamental de nuestra cultura.
El terremoto de febrero pasado además de vidas,
destruyó la mayoría de los pueblos tradicionales de adobe.
Y el mar recuperó los terrenos más bajos de la costa.
Si los problemas son oportunidades encubiertas, como dice el dicho,
esta es la oportunidad de hacer pueblos nuevos que respondan a la vida actual,
y de fundar en esa parte de la costa vacía de construcciones,
un parque nacional del litoral de casi mil kilómetros de largo.
Estas obras harían de la adversidad una oportunidad de recuperar
el decaído ambiente natural y cultural de esos pueblos,
para bien de todos.
Y digo que es una oportunidad única,
porque los caminos a orillas del mar destruyen la costa.
Y porque esas casas e iglesias de adobe que tanto añoramos,
se caían solas por falta de uso y mantención.
La gente en su desgracia siente que lo importante es estar vivos.
Pero para vivir todos necesitamos una casa
que refleje el esplendor que tiene la vida humana.
Tal vez por eso, no podemos confundir ahora
lo que es urgente con lo que es importante.
Es urgente que todos tengan casas, escuelas, y hospitales.
Pero lo importante es hacer un plan para el territorio
que ayude a darle un destino fecundo a cada una de sus partes.
No podemos trabajar con nostalgia,
ni inventarnos un futuro de la nada.
No soñemos con ciudades perfectas.
Con puros buenos momentos.
Lo bueno y lo malo son partes del mismo cuento.
El mal se supera con bien.
La luz aparece en la oscuridad,
y con sed el sabor del agua fresca.
Hay que soñar una ciudad diversa.
Donde el conjunto sea bueno,
aunque pocas obras se destaquen.
Atenas no está llena de Partenones.
Con uno ya tiene bastante.
En un mundo donde todo tiene precio,
la gratuidad es más necesaria que nunca.
La gratuidad es el origen de la belleza,
que dignifica la vida de la gente.
El afecto se manifiesta en los cuidados
que cada uno presta a los demás,
¿y por qué no?, a sí mismo.
Pensaba esto en una carrera de caballos a la chilena,
mientras la bomba haciendo sonar su sirena
venía a buscar a los bomberos conscientes de esa importancia,
que les da su lugar en el mundo.
Lo mismo da que ese mundo sea grande o pequeño,
todos al fin y al cabo queremos ser queridos en algún lado,
quizá a imagen y semejanza de Dios
al que no se le ocurrió otro lugar mejor para hacerse querer,
que esta bola perdida que es la tierra.
En una celebración del pensamiento intuitivo
acumulado por la experiencia de muchas vidas,
todo resulta bien nadie sabe cómo.
Todo parece fruto del azar y de la suerte. Nada organizado.
Sin embargo la providencia cuida al viejo porfiado, “el pata de lana”,
que se pone en medio de la pista a la llegada de los jinetes,
que corren a pie pelado y con espuelas,
y frenan el caballo entre saltos de matas.
Uno guarda la caja, otro fija las reglas, nadie pelea, todos gritan,
los mas borrachos puras leseras;
todos serios celebrando un antiguo rito muy importante.
El cuidador del caballo desaparece,
y el potro queda solo bajo los árboles.
Para correr el jinete no tiene huasca ni espuelas,
las pide prestadas un poco antes.
El jinete parece contratado,
pero en realidad lo encontraron recién,
esperando afuera de su casa,
como quien espera que alguien lo salve.
Aunque Pessoa dice que no hay nada que encontrar en un viaje,
porque lo que no está dentro de uno no existe,
nuestro interior sólo refleja un punto de vista.
Los demás sólo se descubren saliendo de uno mismo,
por afecto o simple curiosidad hacia el mundo,
que es más ancho y diverso que la imaginación.
Les parecerá exagerado este cuento.
Pero a mirar se aprende, mirando.
Alguien tiene que enseñarnos
el verdadero nombre de las cosas,
que las separa unas de otras
y las saca del montón que es la ignorancia.
Los objetos, costumbres y ritos
de casi todos los pueblos que conozco,
muestran que todos buscan un más allá,
que trascienda el puro sobrevivir.
Tradición no es sólo cuidar los objetos
y los ritos de nuestros pueblos,
sino cuidar de que se hagan ahora
con el mismo el fervor de antes.
Es nuestra tradición negociar y adaptarnos
para sobrevivir a los cambios,
lo que antes llamábamos coraje o aplomo;
o no contentarse nunca con el mínimo,
y buscar siempre algo más
que lo indispensable para sobrevivir,
que revele la dignidad de la existencia.
La tradición nos enseña,
que el arte transforma el barro que recibe en oro que da.
La cultura del sur americano hace soñar por ejemplo
-y aunque uno no llegue nunca a hacerlo-
con tejedores que aciertan el color de la hilada,
con alfareros que celebran cada pieza que hacen;
con hortelanos que se distribuyen sin pelear el agua,
con las manos pacientes de artesanos,
con albañiles de paredes arrugadas
que reciben el polvo como un regalo,
o con constructores de penumbras donde la vista descansa,
entre sombras luminosas y vibrantes;
con poner bancos asoleados en el patio para el frío del invierno,
o construir plazas vacías separadas por muros temblorosos de barro,
del resto de las cosas, naturales e inertes.
Rafael Moneo, uno de los mejores maestros,
dijo una vez que en el arte ya está todo inventado.
Que no hay que buscar la permanente innovación,
sino volver atrás a los orígenes tanto como se pueda,
para hacer las cosas de nuevo un poco mejor.
Y Octavio Paz, "Poco a poco tire por la ventana
la mayoría de mis creencias y dogmas artísticos.
Me di cuenta de que la modernidad no es la novedad
y que para ser realmente moderno, tenía que regresar al comienzo”.
No somos creadores, sino descubridores de riquezas
ocultas u olvidadas en la cultura de cada lugar,
y la relación que establecemos con ellas es el paisaje.
El paisaje es invisible y no está en la naturaleza,
sino en la capacidad que cada uno tiene de apreciar
el misterio que existe y que no se ve,
o el silencio no interrumpido,
o el canto de pájaros al amanecer,
o la frescura de una sombra,
o el eco de los pasos, o la voz,
de las personas que uno quiere...
Para hacer que en medio de la confusión del desarrollo,
aparezca la belleza,
creo que debemos permitirnos ser verdaderos artistas.
La belleza no está en la forma,
sino en el aparente vacío,
que sugiere lo que no vemos ni podemos nombrar:
las cosas queridas u olvidadas,
los sueños posibles e imposibles,
las cosas imaginadas o temidas,
vacío al que miramos con esperanza,
cuando estamos distraídos o apenados.
Una obra de arquitectura que revela
la belleza irrepetible de un lugar,
lo hace valioso para todos,
y lo salva del abandono, la especulación o el mal uso.
La arquitectura no cuesta plata,
aporta belleza que humaniza las cosas,
y despierta en nosotros el más allá invisible
de los sueños y esperanzas.
Para vivir bien se necesitan unas pocas cosas
y mucha gracia para encontrar belleza en el mundo,
y trascender aunque sea modestamente,
la dura tarea de sobrevivir.
La belleza no es decorativa ni glamorosa,
sino una sintonía o complicidad
que muestra el lado bueno de las personas y las cosas.
La belleza es tan necesaria para vivir como el vino y el pan.
Nos enseña a vivir mejor la vida,
y conmueve el corazón del más salvaje.
Porque, como dice Jorge Teillier,
...“No importa que los días felices sean breves...
...pues siempre podremos reunir sus recuerdos,”...
El fervor es la fuerza motora esencial
que no solo necesitan los artistas o artesanos,
para transformar la materia bruta que reciben en belleza que dan,
sino también los ingenieros, obreros o comerciantes,
para hacer que la ciudad sea amistosa
y despierte el afecto de su gente
para que la vea como los neoyorquinos ven a Nueva York:
mucho mejor de lo que es.
Me atrevo a alterar una cita de Aldo Rossi
que me mandó Eduardo Castillo:
....”para alcanzar su grandeza,
una obra olvida la arquitectura,
para ser una experiencia atemporal,
que reúna en el presente,
los mejore sueños y recuerdos”.
He contado estas experiencias
y me pregunto si Uds. sienten lo mismo,
porque yo no estoy muy seguro de nada,
y por eso me juego entre luces y sombras,
pero con esperanza,
y mi mejor momento es el alba,
cuando la vida late esperando la luz,
y esta todo por verse,
Hay un solo tiempo, y es ahora.
Un abrazo,
Germán