jueves, 3 de septiembre de 2009

Patagonia Chilena Abierta.









Foto Macduff Everton






















Foto Guy Wenborne





Patagonia Chilena.

Mi primer contacto con la Patagonia fueron historias de coraje y resistencia.
Magallanes, que acuchilló en cubierta a 3 oficiales que se le revelaron en la bahía de Santa Cruz, antes de descubrir el estrecho, y morir después en una tonta escaramuza en las islas de las especias.

O el viaje en bote, a través del mar de Wedell de Sir Ernest Shackelton, para buscar ayuda y rescatar a la tripulación del Endurance que encalló en los hielos, lo que finalmente logró un año y medio después con el Piloto Pardo en la Yelcho. No cumplió su sueño de llegar al Polo Sur, pero volvió con su tripulación sana y salva. Su mujer cuenta que Shackelton no le comentó nada del viaje hasta que un día la miro y le dijo de repente: “Más vale un burro vivo, que un león muerto”.

O los maravillosos cuentos de Coloane, Chatwin, Hudson, los restos de piel de milodón que encontró el capitán Eberhart cuyo nieto sigue viviendo en la Estancia Villa Luisa. O los testimonios de vida entre los últimos Onas y Yámanas, del Padre Martín Gusinde, y del misionero anglicano Lucas Bridge, que les permitió vivir en Harberton, su Estancia cerca de Ushuaia, etc.

Cuando joven recorrí con amigos casi todo Chile entre Arica y Chiloé, a dedo, en tren, muchas veces a pie. Pero no tenía plata para llegar a Patagonia, de la que sabía por don Carlos Stuven, que en los años 60 llevaba a su familia a pescar al que ahora es el Parque Nacional Torres del Paine. Contaba por ejemplo, que una vez acampando a orillas del rio tuvo que quemar un puesto para no congelarse.

En 1988, Ladeco una línea aérea chilena, nos encargó remodelar la Hostería Wala en la Isla Navarino, donde pasamos el verano arreglándola con un grupo de maestros, conociendo navegantes aventureros e historias de travesías y naufragios en el Cabo de Hornos. Y su faro que centellea en el fin de América.

Después de la inauguración de la hostería fuimos a conocer Torres del Paine. Fue entonces que descubrí la Patagonia chilena, vasta, a veces verde, otras montañosa y nevada, sola o dispersamente habitada. Una verdadera reserva mundial de belleza natural y cultural casi intocada, entonces sin hoteles ni turistas. A La vuelta, le propuse a José Luis Ibáñez S.M. que Ladeco hiciera un hotel allí, pero él dijo, “¿Porqué no propones mejor un proyecto de viajes al sur de América?

En un viaje en avión chico a Puerto Williams escribí de corrido los fundamentos del proyecto de viajes que después llamé explora, tal vez como hago también ahora, para capear mejor las turbulencias.

En medio de la crisis de la uva de 1989, José Luis Ibáñez S.M. me presentó a su hermano Pedro, quien llevó adelante la idea con mucha habilidad y medios. Y un equipo de conocedores de la riqueza del país como Carlos Aldunate, Luis Osvaldo de Castro, Jorge Schmidt, por nombrar a quienes viajamos muchas veces para comprobar que en Patagonia se puede pasear a gusto al aire libre todo el año -en ese tiempo Torres del Paine se cerraba el 1 de marzo y se abría el 1 de diciembre de cada año-, y probar los paseos que después ofreceríamos a las visitas del hotel, con el conocimiento y el entusiasmo que solo dan las experiencias de primera mano.

El año 1993 con el hotel explora, la Patagonia chilena se abrió al mundo de los viajes de exploración de lujo. Y llamo lujo al privilegio de tener por ejemplo, una conversación sin importancia, o reírse con gente que uno no conoce. Estar en un silencio no interrumpido. O gozar de espacios abiertos amplios y sin cercos, y sentir que el tiempo está disponible en plenitud para hacer lo que uno cree.

Si el tiempo solo existe en relación con el espacio y la velocidad (V=E/T), para alargar la sensación de tiempo, tal vez haya que bajar la velocidad caminando, o andando a caballo, en bicicleta o en bote, y aumentar el espacio disponible hasta que sea una inmensidad.

En el año 2006, el Hotel Remota enriqueció a la Patagonia chilena como un destino mundial de viajes abierto en plenitud todo el año, porque combinó la experiencia de la naturaleza brutal de Torres del Paine, con la cultura viva de un puerto pesquero chico como Puerto Natales, de las estancias y sus parques centenarios, y el trabajo en sus corrales, sus bodegas, y en el campo.

Una noche hace años en la casa de Horacio Serrano en la Hacienda Los Remolinos, aprendí que la falta de cosas esperadas hacía aparecer bienes inesperados. Que la falta de luz eléctrica creaba proximidad, conversación, y mostraba la oscuridad de la noche. Y que otras como el agua caliente, la leche, o el pan, todavía mantenían la relación con su origen en el horno, la vaca, o el fuego que se hacía cada mañana debajo del tambor. El campo parecía salvaje, inculto, un poco abandonado a su suerte. Quizá, el fervor no se enseña haciendo producir un campo, sino haciendo fervorosamente hasta lo más sencillo que nos toca hacer para que adquiera un sentido en la existencia.

En un viaje a Chile, el Secretario de Estado Norteamericano George Schultz visitó el Hotel Antumalal de Pucón, invitado por don Guillermo Pollack quien viéndolo incapaz de desconectarse de sus tareas tan importantes para apreciar el lugar que la arquitectura hacía aparecer en todo su esplendor, le dijo: “Mr. Schultz, le voy a hacer el mejor regalo que puedo hacerle. ¿No sé por cuánto tiempo Ud. podrá aceptarlo? Y le puso una silla en medio del pasto mirando hacia el lago Villarrica. Y me contó don Guillermo, que Schultz estuvo sentado inmóvil por lo menos quince o veinte minutos.


Germán del Sol
Septiembre de 2015

Bicentenario, ¿De Qué?


Foto de Toni Pericó.
Santiago, 3 de Septiembre de 2009

Para un arquitecto que hace obras con la riqueza natural y cultural
que se descubre en todo momento y lugar si uno observa con cuidado,
el pasado que cuenta no es tanto el histórico,
como el pasado que todavía tenemos presente hoy.

Pero como cada cultura sólo ve del presente lo que cree,
si por admiración o por ignorancia muchos chilenos creen
que sólo es parte de nuestra historia la época republicana,
tal vez haya que mostrarles nuestra larga historia artística,
celebrando no doscientos, sino quizá ocho mil años.

Tal vez, nuestras raíces no están en Europa
como nos enseñaron,
o en el aire como dicen otros,
Quizá no seamos periferia,
ni estemos lejos de otra parte,
como se repite tanto.
Nos sentimos un país remoto.
Pero nuestras raíces son largas,
y están el sur de América,
e incluyen hasta donde yo sé,
desde la cultura Chinchorro hasta la actual.

Nuestra cultura ha sido fecundada
por el encuentro con muchas otras.
Entre ellas por el encuentro con Europa,
que les dio a los indígenas ensimismados
a lo mejor por la vastedad del continente,
un mundo más amplio y diverso.
Y un orden apropiado para la vida moderna,
con la que nuestra cultura a lo mejor se encontró sin buscarla.
Inspirada como estaba por ideas de la revolución francesa,
y de la independencia norteamericana.
Olvidando de paso sus raíces indígenas.
Las bien llamadas culturas originales,
porque conectan nuestra cultura
con su origen americano.

Si nuestras raíces ahora están en el aire,
es tal vez por ese olvido
que trae el entusiasmo por el cambio.
Que debió ser momentáneo,
pero pasaron 200 años.
No se trata de cambiar este olvido por otro.
No somos algunos los chilenos,
y los otros pueblos originarios,
como pretenden algunos,
sino una mezcla fecunda de todos los que viven aqui,
o por aqui han pasado.

La celebración del Bicentenario tal como está planteada,
ofende a los que se sienten originarios
aunque no lo sean tanto.
Es tan violento que a uno no lo reconozcan en su país
por cerrazón cultural,
como puede pasarle a un continental en la Isla de Pascua,
como por ignorancia,
como le pasa a los mapuches
en el país cultural que es Chile,
donde tal vez los desconocemos,
porque no somos capaces de aceptarlos como extraños.

Germán del Sol
arquitecto

A Mi Capitán Luis Rosselot.

“Oh Capitán, mi Capitán", El duro viaje parece concluido, A los lejos se escuchan Ruidos de puerto.... , ...