Recuerdos de Cristián.
De izquierda a derecha, Patricio, German, Fernando y Cristian del Sol Guzman.
Su despedida fue muy triste y muy
bonita.
El día estaba helado como la muerte
y el sol radiante no calentaba.
Me sentí orgulloso de mi familia tan
diversa,
donde todos tienen lugar y un rol que
jugar
y, a la hora de los quiubos, estamos
juntos.
El cura dijo algo que sentí
que mi madre me lo decía a mí:
“María no arrancó de la Cruz…
estuvo junto a su hijo muerto”.
Tal vez yo arranco de la cruz,
de la muerte de un hermano
tan querido y cercano como Cristián,
pero en realidad no arranco sino
de las fiestas con mucha chimuchina.
Sin embargo, en el duro entierro de
Cristián
entendí el sentido de la familia
larga
-incluidos hijos, sobrinos, y nietos-
que promovían mi madre y mi abuela.
El cura celebró que Cristián,
se riera de sí mismo
y de las cosas de la vida que,
vistas con humor,
casi nunca son tan terribles.
Cuando éramos chicos, el papá decidió
dividir la parte de atrás del jardín
de la casa de Américo Vespucio 406,
en tres “fundos”: uno para Antonio,
uno para Cristián, y uno para mí.
Antonio y yo hicimos un huerto.
Cristián hizo una piscina… de barro
Le conté a un amigo del colegio,
Y como casi nadie tenía una
vino entusiasmado,
le advertí que era muy baja…
pero se subió a un palto,
se tiró, y se sacó la mugre.
Cuando éramos más grandes,
lo llamaban muchas niñas.
El teléfono estaba en el hall
y se oía todo lo que hablaba.
Cristián decía: “Aló, ¿con quién
hablo?
Ah! Hola!..... no, no, gracias. Chao”
Con envidia le discutía, “pero
Cristián,
¿por qué no aceptas cuando te
invitan!?
yo le diría que sí a todas”,
pero el decía “Porque me da lata”.
Era regalón, y se dejaba querer.
La mamá llegaba a la pieza
donde dormimos juntos por más de 21
años…
y la ropa de Cristián
estaba siempre tirada.
Ella la recogía, la guardaba y le
decía:
“Pobre Cristián, usted no tiene nada.
Mañana vamos a ir a comprarle ropa”.
“Y a mí?”, decía yo que era
ordenado.
“Usted tiene de todo”, me contestaba.
Entendí que nada inspira más ternura
a las mujeres, incluidas las mamás,
que un hombre que sabe pedir ayuda.
Pero Cristián se tomaba en serio sus
valores:
la bondad (que tal vez sea la
única cualidad
que nos hace mejores) y la
generosidad
(que nos hace más humanos).
Cristián era bueno y generoso.
Hacía el bien sin mirar a quién.
Y se ocupaba de los demás,
tanto o más que de sí mismo.
Le gustaba el trabajo bien hecho
y valoraba a sus colaboradores
más que cualquier negocio.
Siendo su socio
vi que era un jefe respetado pero
querido.
Una combinación difícil de lograr
para un líder con carácter.
Tal vez, porque intentaba ser justo
y trataba a todos de igual a igual.
Tenía claro quién era él y lo que le
gustaba.
A lo que no le gustaba, le decía
chao.
Me cuesta escribir de él ahora.
No soy portavoz de mis hermanos;
cada uno tiene voz propia, distinta y
valiosa.
Solo quiero rendir un homenaje
al privilegio de haber querido a
Cristián toda su vida….
Puedo decir sin exagerar que sólo me
trajo alegría,
No sólo porque decía que había que vivir
feliz,
sino también vivir con un sentido.
Y si el sentido de la vida es el
amor,
él la vivió plenamente.
Un abrazo,
Germán del Sol
16 de Julio de 2017