Cuidar el patrimonio cultural de Chile,
no significa sólo cuidar los objetos y edificios,
las fiestas y los ritos,
sino y sobretodo cuidar que lo que hacemos,
lo sigamos haciendo con los mismos cuidados.
Pienso, que la cultura es la manera humana,
de apropiarse de las cosas por su comprensión.
Pienso que el patrimonio es ancho y diverso
y tal vez pertenece a quienes más lo cuidan.
Y que quizá la megalomanía o la codicia
nos llevan a veces a tratar de poseer
demasiadas cosas, o extensiones enormes,
para apartarlas para uno mismo,
sin apreciarlas verdaderamente, ni cuidarlas.
Si las apreciamos en lo que valen,
y hacemos algo por cuidarlas,
somos los verdaderos dueños
de las artes de todos los pueblos,
y no los propietarios ocasionales,
ni las naciones donde estas artes se originaron
o terminaron siendo usadas o expuestas.
Como no somos dueños de unos poemas de un poeta,
sólo por comprar sus libros.
Hay un cuento de Borges,
en que un rey invita a un poeta a conocer su palacio.
El poeta después de visitarlo,
dice una palabra, o una frase, -no se sabe-
que comprende el palacio entero,
y aunque se apropia de él, sin quererlo,
el rey lo manda matar,
porque siente que se lo ha quitado.
Algunos descuidos tan grandes
como por ejemplo el Transantiago,
hoy importan a la gente más que la ciudad misma,
porque la ciudad actual es una red entrecruzada
de cuidados comunes.
Cuando se corta esta corriente fecunda,
no recibimos la vida en la ciudad
como un estímulo sino como una frustración,
y se pierde la dignidad común,
de la que todos necesitan formar parte.
Quizá, ahora no hay solo que cuidar la ciudad misma,
sus calles, sus plazas y sus casas,
sino que hay que cuidar que estén hechas con cariño,
para que sean fruto del afecto,
y no solo del comercio inevitable.
Por eso tratamos de mostrar
que la belleza de algunas cosas nuestras muy sencillas,
proviene tal vez del cuidado con que están hechas,
mas que de su ingeniosa capacidad de hacer mucho con poco
para satisfacer tantas necesidades.
Porque el fervor es la fuerza motora esencial
que no solo tienen los artistas o artesanos,
para transformar la materia bruta que es la naturaleza,
la lana, el palo, o el barro que reciben,
en belleza que dan,
sino también los ingenieros, los obreros o los comerciantes,
para que la ciudad no sea un conjunto de obras esporádicas,
unas calles, unas casas, unos condominios cerrados,
unas plazas o unos parques por ahí todo muy bien iluminado,
por allá unas autopistas, calles, autos, motos, camiones,
micros amarillas repintadas o buses articulados,
un río sin orillas que corre sucio y desangelado…
sino que la ciudad sea una totalidad
de un sereno término medio,
y sobretodo que tenga el afecto de la gente
para que la vea como ven a Nueva York los neoyorquinos:
mucho mejor de lo que es,
una ciudad amable y fecunda para la vida.
no significa sólo cuidar los objetos y edificios,
las fiestas y los ritos,
sino y sobretodo cuidar que lo que hacemos,
lo sigamos haciendo con los mismos cuidados.
Pienso, que la cultura es la manera humana,
de apropiarse de las cosas por su comprensión.
Pienso que el patrimonio es ancho y diverso
y tal vez pertenece a quienes más lo cuidan.
Y que quizá la megalomanía o la codicia
nos llevan a veces a tratar de poseer
demasiadas cosas, o extensiones enormes,
para apartarlas para uno mismo,
sin apreciarlas verdaderamente, ni cuidarlas.
Si las apreciamos en lo que valen,
y hacemos algo por cuidarlas,
somos los verdaderos dueños
de las artes de todos los pueblos,
y no los propietarios ocasionales,
ni las naciones donde estas artes se originaron
o terminaron siendo usadas o expuestas.
Como no somos dueños de unos poemas de un poeta,
sólo por comprar sus libros.
Hay un cuento de Borges,
en que un rey invita a un poeta a conocer su palacio.
El poeta después de visitarlo,
dice una palabra, o una frase, -no se sabe-
que comprende el palacio entero,
y aunque se apropia de él, sin quererlo,
el rey lo manda matar,
porque siente que se lo ha quitado.
Algunos descuidos tan grandes
como por ejemplo el Transantiago,
hoy importan a la gente más que la ciudad misma,
porque la ciudad actual es una red entrecruzada
de cuidados comunes.
Cuando se corta esta corriente fecunda,
no recibimos la vida en la ciudad
como un estímulo sino como una frustración,
y se pierde la dignidad común,
de la que todos necesitan formar parte.
Quizá, ahora no hay solo que cuidar la ciudad misma,
sus calles, sus plazas y sus casas,
sino que hay que cuidar que estén hechas con cariño,
para que sean fruto del afecto,
y no solo del comercio inevitable.
Por eso tratamos de mostrar
que la belleza de algunas cosas nuestras muy sencillas,
proviene tal vez del cuidado con que están hechas,
mas que de su ingeniosa capacidad de hacer mucho con poco
para satisfacer tantas necesidades.
Porque el fervor es la fuerza motora esencial
que no solo tienen los artistas o artesanos,
para transformar la materia bruta que es la naturaleza,
la lana, el palo, o el barro que reciben,
en belleza que dan,
sino también los ingenieros, los obreros o los comerciantes,
para que la ciudad no sea un conjunto de obras esporádicas,
unas calles, unas casas, unos condominios cerrados,
unas plazas o unos parques por ahí todo muy bien iluminado,
por allá unas autopistas, calles, autos, motos, camiones,
micros amarillas repintadas o buses articulados,
un río sin orillas que corre sucio y desangelado…
sino que la ciudad sea una totalidad
de un sereno término medio,
y sobretodo que tenga el afecto de la gente
para que la vea como ven a Nueva York los neoyorquinos:
mucho mejor de lo que es,
una ciudad amable y fecunda para la vida.
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