jueves, 11 de febrero de 2010

Como Es El Nuevo Espacio Público En La Ciudad.

















Mejorar la vida no depende tanto de mejorar la ciudad,
como de mejorar el modo de vivir entre extraños.
Porque la ciudad actual no es un gigantesco vecindario,
sino una cultura de relaciones y oportunidades
cuyas raíces están en el aire.
Porque no está radicada en ningún lugar en especial.

Millones de personas dispersas por el mundo hacen la ciudad actual
tomando decisiones y actuando al mismo tiempo.
Y se adelantan así a cualquier planificación posible.
Y seguirán haciéndolo mientras no las comprendamos.

El aparente caos de las ciudades -incluidas París y Barcelona-
refleja que el espacio público ya no es un lugar físico de encuentro
que se puede ordenar,
sino un lugar de encuentro espiritual, que se puede dar en cualquier parte.
La ciudad actual es un deseo más que un hecho.
Aparentemente no tiene límites. Y su antiguo centro es ahora un museo.

Vivir poéticamente dice Ernesto Rodríguez,
es vivir abiertos a recibir el bien de cada día.
Sin fijarse en el mal que también hay.
Creo que para proponerle al mundo un buen modo de vivir que se refleje en la ciudad,
hay que llamar a verdaderos artistas y poetas.
Y encargarles que en medio de la confusión del desarrollo,
muestren gratuitamente la belleza.

¡Qué función debe cumplir una plaza?

La plaza es el lugar donde debe aparecer
el esplendor de la cultura de una ciudad.

Por eso la mejor plaza, es una plaza vacía de cosas,
y llena de arquitectura, es decir de sugerencias.

La arquitectura no está en la forma, sino en el aparente vacío.
En el aire que contiene lo que no vemos ni podemos nombrar,
las cosas queridas u olvidadas, los sueños posibles e imposibles,
las cosas imaginadas o temidas, el lugar al que miramos con esperanza
cuando estamos distraídos o apenados.

La arquitectura puede llenar una plaza vacía con sugerencias,
hacer que allí aparezcan, el misterio que existe y que no se ve,
o las cosas importantes de la vida, por ejemplo,
la alegría de todos en la fiesta, o el silencio escogido de la soledad,
el frío de una sombra, o los pasos, o la voz,
de las personas que uno quiere...

La plaza debe mostrar el fervor con que se celebran
Las costumbres y los ritos,
y no cuidar sus puras formas. (La Serena por ejemplo)

La tradición solo se puede seguir,
si se siente verdadero afecto por la sobras y los cuidados de la gente,
si se admira por ejemplo,
su capacidad para hacer mucho con poco,
con más ingenio que medios;
o de negociar y adaptarse para sobrevivir a los cambios;
de no contentarse nunca con el mínimo,
y buscar siempre algo más que lo indispensable para sobrevivir,
que revele la dignidad de su existencia.

Tradición de pastores o comerciantes trashumantes,
que construyen plazas que los acompañan en sus viajes;
de tejedores que siempre aciertan el color de la hilada
o de alfareros que celebran la vida encada pieza que hacen;
de hortelanos que se distribuyen sin pelear el agua,
de las manos pacientes de artesanos;
de albañiles de paredes arrugadas
que reciben el polvo como un regalo,
o de penumbras arboladas donde la vista descansa,
entre sombras luminosas y vibrantes;
o de bancos asoleados en el patio para el frío del invierno,
o de plazas vacías, separadas por muros temblorosos de barro,
del resto de las cosas, naturales e inertes.

Plazas vacías de gente, pero llenas de contenido,
porque en ellas está presente todo lo ausente
que falta y se echa de menos,
así como en un cerrar de ojos,
uno aparta lo inmediato,
para recordar mejor lo que se le escapa.

Después de contemplar maravillados estas cosas,
uno va y trata de hacer una plaza de nuevo un poco mejor.
Uno trata de conservar el espíritu de las plazas de la región,
y no su pura forma, que es la apariencia engañosa de las cosas.

Uno trata de conservar en la plaza, por ejemplo,
el plano de piedras temblorosas,
los muros macizos que la encuadran,
y que la abren hacia el cielo luminoso,
la sombra precisa de algarrobos y pimientos,
los bancos de adobe mirando el sol de la mañana;
el espacio casi infinito mas allá,
donde se dispersarían anónimos los días,
si no fuera por las fiestas
que los traen a todos de vuelta,
y los reúnen en celebraciones y rituales.

La gracia de las plazas de maicillo tan precarias,
son parte de una cultura que entiende
que esta arquitectura frágil e inconclusa,
está abierta y llena de potencial para ser fecundada
por lo que la vida trae con el tiempo, y los cambios.

Al señalar su destinación con una plaza,
ciertos lugares de la ciudad o del territorio
se hacen irrepetibles y a salvo de la globalización
donde la plaza no existe más;
dejan de ser un territorio para la especulación,
y cobran un valor en sí mismos que tal vez los protege
del afán de construir o pavimentarlo todo,
como ocurre en la costanera o en el puerto.

Creo que para hacer una plaza no se debe confundir nunca
Lo importante con lo urgente:
Es urgente sacar a la gente de una miseria que avergüenza.
Pero lo importante es que cada plaza
Sea un palacio de dignidad y esperanza,
donde cada uno vea reflejada la suya.
Aunque no se use para otra cosa.

La arquitectura no cuesta plata,
aporta belleza que humaniza las cosas,
y despierta en nosotros el más allá invisible
de las esperanzas y los sueños.

Para disfrutar una plaza,
no se necesitan solo cosas prácticas
sino y sobre todo la gracia
que da vida a los materiales y las cosas inertes.
Todos buscamos trascender aunque sea modestamente,
la dura tarea de sobrevivir.

La belleza no es decorativa ni glamorosa,
sino una sintonía o complicidad
que muestra el lado bueno de las personas y las cosas.
La belleza es tan necesaria para vivir
como el material de una plaza,
porque es un destello de la creación
de la que todos somos parte;
nos enseña a vivir mejor la vida,
y conmueve el corazón
del salvaje que llevamos dentro.

La tradición de pueblos precolombinos,
es construir casas y plazas, aisladas
en grandes explanadas comunes, irregulares, y vacías,
que crean relaciones directas entre sí y con su entorno,
sin la mediación de calles como en la tradición europea.
Casas y plazas instaladas en el paisaje
al modo de las pirámides Mayas o Incas,
o de los pueblos ceremoniales Aimaras, (Isluga)
o de los caseríos atacameños, por poner unos ejemplos.


Así, en una plaza las experiencias se reúnen y la pausa es fecunda,
porque, como dice Teiller,
...“No importa que los días felices sean breves...
...pues siempre podremos reunir sus recuerdos,”...

Germán del Sol

martes, 9 de febrero de 2010

Cuidados Culturales.

Cuidar el patrimonio cultural de Chile,
no significa sólo cuidar los objetos y edificios,
las fiestas y los ritos,
sino y sobretodo cuidar que lo que hacemos,
lo sigamos haciendo con los mismos cuidados.

Pienso, que la cultura es la manera humana,
de apropiarse de las cosas por su comprensión.

Pienso que el patrimonio es ancho y diverso
y tal vez pertenece a quienes más lo cuidan.
Y que quizá la megalomanía o la codicia
nos llevan a veces a tratar de poseer
demasiadas cosas, o extensiones enormes,
para apartarlas para uno mismo,
sin apreciarlas verdaderamente, ni cuidarlas.

Si las apreciamos en lo que valen,
y hacemos algo por cuidarlas,
somos los verdaderos dueños
de las artes de todos los pueblos,
y no los propietarios ocasionales,
ni las naciones donde estas artes se originaron
o terminaron siendo usadas o expuestas.

Como no somos dueños de unos poemas de un poeta,
sólo por comprar sus libros.

Hay un cuento de Borges,
en que un rey invita a un poeta a conocer su palacio.
El poeta después de visitarlo,
dice una palabra, o una frase, -no se sabe-
que comprende el palacio entero,
y aunque se apropia de él, sin quererlo,
el rey lo manda matar,
porque siente que se lo ha quitado.

Algunos descuidos tan grandes
como por ejemplo el Transantiago,
hoy importan a la gente más que la ciudad misma,
porque la ciudad actual es una red entrecruzada
de cuidados comunes.

Cuando se corta esta corriente fecunda,
no recibimos la vida en la ciudad
como un estímulo sino como una frustración,
y se pierde la dignidad común,
de la que todos necesitan formar parte.

Quizá, ahora no hay solo que cuidar la ciudad misma,
sus calles, sus plazas y sus casas,
sino que hay que cuidar que estén hechas con cariño,
para que sean fruto del afecto,
y no solo del comercio inevitable.

Por eso tratamos de mostrar
que la belleza de algunas cosas nuestras muy sencillas,
proviene tal vez del cuidado con que están hechas,
mas que de su ingeniosa capacidad de hacer mucho con poco
para satisfacer tantas necesidades.

Porque el fervor es la fuerza motora esencial
que no solo tienen los artistas o artesanos,
para transformar la materia bruta que es la naturaleza,
la lana, el palo, o el barro que reciben,
en belleza que dan,
sino también los ingenieros, los obreros o los comerciantes,
para que la ciudad no sea un conjunto de obras esporádicas,
unas calles, unas casas, unos condominios cerrados,
unas plazas o unos parques por ahí todo muy bien iluminado,
por allá unas autopistas, calles, autos, motos, camiones,
micros amarillas repintadas o buses articulados,
un río sin orillas que corre sucio y desangelado…
sino que la ciudad sea una totalidad
de un sereno término medio,
y sobretodo que tenga el afecto de la gente
para que la vea como ven a Nueva York los neoyorquinos:
mucho mejor de lo que es,
una ciudad amable y fecunda para la vida.

A Mi Capitán Luis Rosselot.

“Oh Capitán, mi Capitán", El duro viaje parece concluido, A los lejos se escuchan Ruidos de puerto.... , ...